«Memorias de Leticia Valle» de Rosa Chacel

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La tertulia de marzo del club de lectura «Pasión por los clásicos, pasión por el e-book» girará sobre la obra de Rosa Chacel, «Memorias de Leticia Valle», que podéis leer en este enlace.

Sobre el libro escribió un artículo no hace mucho  Luis Antonio de Villena en el Norte de Castilla-

Ricardo López Bella escribe:

¿Nos encontramos ante una precursora de Lolita, inmortal y letal personaje creado por Nabokov? ¿Leyó el peterburgués alguna traducción de esta genial novela de la vallisoletana?

“El próximo día 10 de marzo cumpliré doce años” así es como comienza el relato, siempre en primera persona, y un doloroso ejercicio de regresión e introspección que hace la niña Leticia sobre los últimos meses vividos.

Hipersensible en el sentido que posee una enorme inteligencia, dotada de una gran capacidad de captación, análisis e interpretación, lo que hace que no nos case su edad con su desarrolladísima personalidad, la cual no obstante, presenta manifestaciones dubitativas que tanto pueden ser consideradas como prueba de hallarnos ante un ser humano en plena y positiva maduración, como ante alguien que prematuramente ha completado tal proceso y conoce sus defectos y virtudes con total lucidez. Las consecuencias serán la finalidad de la obra y ambas consideraciones explican un espíritu crítico que la conduce a desencajar del entorno familiar.

También del social, luego más adelante, aunque aparentemente no lo parezca, cuando es enviada a estudiar en casa de un matrimonio atípico y joven: la escuela se le ha quedado pequeña como prendas de vestir que no acompañan el crecimiento.

Después en su último destino, ella misma comienza a escribir en un cuaderno todo lo que hemos leído anteriormente y toma meridiano sentido una frase en principio enigmática de las primeras páginas: “No iré por ese camino que me marcan, ni seguiré a ese paso”.

Pocos datos se dan para situar la acción en un espacio temporal. Contamos por un lado con un personaje, el padre de Leticia, militar africanista y retornado tullido, que nos sirve relativamente, pues la vocación de este por hacerse matar en tierra de infieles viene de muy atrás y en este país es muy compartida desde hace generaciones. Por otro lado, el nivel de progreso tecnológico viene marcado por la presencia de un automóvil que comparte caminos, todavía y con toda naturalidad, con tartanas. Uno colige por tanto que nos hallamos no más allá de la segunda década del siglo pasado.

Hay dos escenarios que se suceden mayoritariamente: Valladolid y Simancas, tratados por la autora someramente, lo imprescindible para situar la narración de Leticia cuando transcurre en sus calles. Sobre el corpus social de cada una de las localidades no hay observaciones de carácter crítico en ningún sentido, la autora se centra por mano de su criatura en los personajes, sin que esto suponga un desequilibrio en el resultado de la obra. Los elementos situacionales no complementan la trama, no lo necesita, es sobradamente atractiva para prescindir de mayor acompañamiento.

Tanto es así que exige toda la atención y toda la inteligencia que seamos capaces de aplicar, lo cual la hace altamente recomendable a potenciales lectores y lectoras que gocen de una total tranquilidad de conciencia, nada que distraiga o enturbie su espiritualidad, aunque también pueden leerla todo tipo de sinvergüenzas que por serlo se hallan en parecida disposición mental, ya que aunque no les haga mejores ciudadanos, mientras la lean no tramarán maldades (y confieso que no me encuentro en el primer grupo). Imprescindible en ambos casos será contar con dos o tres horas a disposición propia en un periodo de dos o tres días o si se puede y prefiere una tranquila noche de voluntario insomnio.

Estas exigencias y condiciones son debidas a que algunas ideas y momentos clave de la novela están insinuados. Rosa Chacel Arimón pide a nuestro intelecto que interrogue y analice lo escrito y lo que está sugerido y por tanto debemos estar en un estado de total vigilia mental para “completar” y saborear el relato, sobre todo teniendo en cuenta que es la versión propia de unos hechos que conducen a un dramático final. Indefectiblemente de tales circunstancias surgirá una última pregunta concerniente a la posible monstruosidad destructiva de tan sensible y ¿tierna? criatura.

Alguien dijo que la ignorancia es atrevida y muchas veces entra de lleno en la temeridad. Voy a hacer mi apuesta por esta aseveración: “Memorias de Leticia Valle” me deja un muy lejano regusto proustiano. Es una percepción totalmente subjetiva y si se quiere llamar espiritual también, pues añádase, pero, nunca basada en cuestiones comparativas de técnica narrativa ni estilo, por favor, no está este escrito para eso y la Chacel demuestra una genialidad por sí misma evidentísima.

La edición con la que he disfrutado de tal demostración y que, supuestamente, por esta razón prueba que el duro proceso de autodesasnarización, emprendido con ardua fe hace muchos años esta dando sus frutos, es la de Bruguera-Libro Amigo de preciosa y colorida portada con retrato de un prototipo de Leticia Valle fruto de la feliz inspiración del infatigable Neslé-Soulé. Adquirí mi ejemplar por un euro a un librero No Amigo, pues es más ladrón que yo y al que por este y otro motivo a sumar, pero que no ha de acudir a este párrafo, se la tengo jurada.

Hay otro motivo de regocijo que no me resisto a dejar sin señalar y es que voy alcanzando la redención literaria por motivo de sexo acumulando lecturas de obras de distintas escritoras. Me explico: de las pocas mujeres con las que he tenido conversaciones sobre literatura, y esta afirmación carece de doble sentido (¡palabra!), he recibido la acusación de que no leía nada de autoría femenina.

Confío en que tal ficticia fiscalía retire tamaño cargo si algún día sus componentes se dignan  poner su atención en las anteriores líneas y en las siguientes, pues para mayor descargo, declaro haberme sentido mecido por las aguas del Nilo ¡en el propio sofá de casa! Tal que si estuviera en la misma nave en la que el emperador Adriano y su adorado Antínoo alcanzaran cumbres amorosas, gracias al hechizo evocativo de la Yourcenar y sus “Memorias de Adriano”. Otro sí, que me gustaría quitar el sueño o, como mínimo, inquietar al lector, como talmente así lo hace Cristina Fernández Cubas en sus magistrales relatos que pervierten a vuelta de página la percepción de la realidad que tienen sus personajes (¿un ejemplo?, “Mi hermana Elba”). Ítem más, que Simone de Beauvoir sienta cátedra en cualquiera de los géneros en los que ha vertido todo su amplia sapiencia y experiencia vital. Sigo y anhelo ser bendecido para el columnismo semanal, diario o con la periodicidad que se tercie, como lo está y ha demostrado durante los últimos años Luz Sánchez Mellado con sus colaboraciones en El País… ¡qué gran pluma!… ¿Es necesario continuar con más muestras?… La siguiente etapa en pos de dicha redención pienso comenzarla con un título clásico, que me aguarda en un lugar considerado de honor por muchos lectores y lectoras impenitentes, cual es la mesilla de noche… ni más ni menos que “1050 recetas de cocina” de la sin par Simone Ortega… Salud y lectura.

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