En lugar seguro, de Wallace Stegner

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Sobre «En lugar seguro» de Stegner han escrito Rodrigo Fresán y Robert Saladrigas.

También los reponsables de Paperblog

En la desaparecida revista La Casa de los Malfenti Jesús Arana publicó esta reseña sobre la novela de Wallace Stegner:

De Amicitia

En lugar seguro / Wallace Stegner.- Libros del Asteroide, 2008

Jesús Arana Palacios

Siento admiración por esos libros que destilan la sabiduría acumulada a lo largo de toda una vida. Se trata muchas veces de obras ejecutadas con plena confianza en lo que se está haciendo y al mismo tiempo con una tremenda humildad y, en contraposición a la impaciencia que se percibe en muchos autores jóvenes, transmiten serenidad y a menudo una alegría inexplicable. Libros escritos por autores que a una edad avanzada, en un momento de su vida en el que ya no tienen nada que demostrar, deciden sentarse ante sus lectores para darles una lección de vida, ahora que son conscientes de que a ellos no les queda mucho tiempo por vivir. No tienen necesidad de consultar notas, de repasar bibliografías, de buscar en sus cuadernos. Hablan de algo que ha estado ocupando su pensamiento durante años y años y se nota. Recuerdan en esto a grandes historiadores como Henri Pirenne o Marc Bloch que escriben algunas de las páginas más brillantes de la
historiografía del siglo XX en prisión, de memoria. Algo de esta admiración he sentido leyendo En lugar seguro, una novela escrita por un Wallace Stegner casi octogenario (murió a los noventa, cinco años después de publicarla) y dueño de una maestría en el arte de narrar y un estilo poderosísimos.

La novela transcurre en un solo día en el que se agolpan los recuerdos de treinta años de amistad entre los Morgan (Larry y Sally) y los Lang (Charity y Sid). O quizás sea más acertado decir que en la novela se suceden las escenas de este día de 1972 en el que Larry y Sally han venido a acompañar a sus amigos en las últimas horas de Charity que se está muriendo de cáncer, y escenas que se remontan al día que se conocieron, en 1937. Aquel año ellos –Larry y Sid- coinciden en una lejana universidad dando clase de literatura. Los dos son jóvenes, recién casados, con hijos pequeños, con grandes ambiciones literarias y académicas y con una situación laboral inestable (la mayor de sus preocupaciones, de hecho, es que les renueven el contrato cada año). Los provincianos Larry y Sally acaban de llegar a la ciudad y se sienten inseguros, hasta que los glamourosos Lang, ambos de familias adineradas, los acogen y los convierten, de verdad, en sus
mejores amigos. 

Wallace Stegner tiene una asombrosa capacidad para aislar un momento y hacernos sentir a nosotros, sus lectores, lo que están sintiendo sus personajes. Es hermosa la escena, por ejemplo, en la que Larry descubre que ellas (Sally y Charity) se han hecho amigas. Habían coincidido en una recepción en la casa del catedrático, pero apenas habían tenido tiempo de saludarse.

“Un día de la semana siguiente llegué a casa hacia las cuatro. Bajé los escalones lanzando gruñidos de saludo porque pensaba que Sally necesitaba una demostración de alegría y una promesa de noticias del exterior. Al pasar de la tarde soleada a nuestra gruta, me detuve en la puerta cegado

– Cielo santo, cariño –dije-, ¿por qué estás ahí a oscuras? Este sitio es como la entrada trasera de una vaca negra

Alguien se rio, una mujer, pero no Sally. Encontré la llave de la luz y pude ver a las dos, Sally en el canapé y la otra en nuestra butaca no demasiado cómoda, con una bandeja de té en la mesita de café de fabricación casera (más tablas y ladrillos entre ambas). Me sonreían desde sus asientos. Sally tiene una sonrisa que yo aceptaría que fuese lo último que viera en el mundo, pero la mantiene con cierta distancia, sabe controlarla, te das cuenta de que tras ella su cabeza trabaja. La otra, una mujer joven y alta con un vestido azul, la tenía de un género completamente distinto. Llameaba en la penumbra del apartamento.

La otra mujer naturalmente es Charity, la simpática, brillante, socialmente hiperactiva y dominante mujer que 35 años más tarde sigue dirigiendo su propio funeral con mano firme, sin dejar ni un cabo suelto. A partir de ese primer encuentro compartirán confidencias y embarazos, se cruzarán con amigos fugaces, se reunirán y se separarán una y otra vez. En la casa familiar de Charity (donde se dan citan políticos, diplomáticos, editores) acogerán a los Morgan como si fueran dos miembros más de la familia y se irán sucediendo las alegrías y los reveses terribles. A veces, como en ese cuento taoísta –La suerte de Ozu- no se sabe si las cosas que les ocurren son una suerte o el principio de una  desgracia. Cuando a Larry le empiezan a ir bien las cosas –publica su primera novela, encuentra trabajo como editor- Sally contrae la polio, una enfermedad que va a condicionar sus vidas. Lo más conmovedor de la novela es la generosidad sin
límites. En todas las direcciones. Y no se trata de que todos ellos sean personajes perfectos. Al contrario. A menudo son mezquinos (Charity lo es cuando trata de que su marido haga carrera en la universidad y se olvide de sus pinitos poéticos), cobardes, incluso ridículos…. 

Hay muchísima nostalgia en estas páginas. Y muchas reflexiones sobre el paso del tiempo –Dejar una huella en el mundo. En vez de eso el mundo ha dejado una huella en nosotros. Nos hemos hecho mayores. La vida nos ha escarmentado tanto que ahora esperamos quietos a la muerte, o andamos con muletas, o nos sentamos en los porches donde una vez la savia fluía joven…cometimos cantidad de errores, pero todos corrimos y jadeamos a lo largo del recorrido completo. Muchas reflexiones sobre el destino –Puedes hacer todos los planes que quieras. Puedes estar tumbado en la cama por las mañanas y llenar cuadernos enteros de proyectos e intenciones. Pero en una sola tarde, en cuestión de horas, todo lo que planeas y todo lo que has luchado por hacer de ti mismo puede quedar tan deshecho como una babosa a la que has cubierto de sal. Y muchas reflexiones sobre la amistad –No éramos indiferente. Vivíamos en nuestros tiempos, que eran tiempos difíciles.
Teníamos nuestros intereses, que eran fundamentalmente literarios e intelectuales, y sólo ocasionalmente, inevitablemente políticos. Pero lo que la memoria me devuelve no es la política, ni las estrecheces de vivir con ciento cincuenta dólares al mes, ni siquiera lo que entonces escribía, sino los detalles de una amistad: fiestas, excursiones, paseos, conversaciones a media noche, destellos de las escasas horas libres de agobio. La amictia dura más que la res publica, y al menos tanto como el ars poetica. O eso me parece ahora. Lo que de verdad ilumina aquellos meses son los rostros de los amigos.

Pero es el estilo, la ligereza y brillantez del estilo de Wallace Stegner, lo que convierte la lectura de esta novela en una experiencia deliciosa. El autor nos va anticipando sutilmente lo que va a ocurrir, es irónico en ocasiones, hace guiños a Chejov, ofrece pequeñas lecciones de escritura creativa (pág. 42, 192) e incluso en algún momento, a modo de aforismo, dice algo que (sospechamos) puede aplicarse a él mismo: “Lo que es difícil de escribir es fácil de leer” (pág. 187).

No sabría decir si En un lugar seguro es una novela alegre o triste. Está llena, como la propia vida, de ilusión y de tristeza,  de épocas luminosas y sombrías, de ternura, de dolor. Lo que sé, eso sí, es que me han conmovido algunos pasajes, que me ha hecho recordar momentos de mi propia vida (bellísimo todo el capítulo 6 de la primera parte en la que se describe la declaración de Sid a Charity y la reacción de la familia), me ha devuelto sensaciones que experimenté leyendo grandes novelas como El buen soldado de Ford Madox Ford y me ha hecho preguntarme una y otra vez sobre las razones que convierten una amistad en perdurable. Eso y que es, junto con el maravilloso reportaje de John Carlin sobre Nelson Mandela  -“El factor humano”- el libro con el que más he disfrutado durante los meses de este largo invierno.

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